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Cuando Andrés cumplió ocho años pidió de regalo un acordeón, y más tarde un tambor (después de golpear los parches en casa de unos vecinos en el downtown de Buenos Aires). Sin embargo, con el tiempo, se fue volcando a la guitarra eléctrica y al piano, el instrumento donde muestra mayor fluidez y versatilidad. Años después, pescando tiburones en Uruguay, Andrés escuchó su primera oferta de trabajo, un grupo musical, ya en sus horas bajas, necesitaba un reemplazo en los teclados, y fue entonces cuando nuestro jovencísimo Andrés salió a las carreteras por primera vez. Un tiempo después, tejió su futuro propio, y fue a una audición para entrar en el grupo Raíces, y entre los gritos del mundial de fútbol y los tambores del candombe, dió sus primeros pasos en el latin jazz y fue detenido por la policía de la dictadura. Era invierno. Probó suerte en boites con The Platters, tocó con integrantes de una secta religiosa y allá donde pudiera sentarse a tocar un teclado, hasta que, en los primeros meses de la década de los ochenta, recibió la llamada que cambiaría su destino, era Miguel Abuelo recién llegado de la isla de Ibiza... [+]