Con puntualidad inglesa,
Ariel Rot
saltó al ruedo del Auditori para enfrentarse a un solícito público con las únicas armas de su talento. Repartió canciones con
mayúsculas a diestro y siniestro con el delgado amparo de sus hermosas guitarras y sorprendió con su brillante y convincente
ejecución al piano. Y es que este pequeño gran hombre, a pesar de su increíble carrera, no se duerme en los laureles. Honestidad
hacia dentro y hacia fuera.
Sonaron “Geishas en Madrid” y “Bruma en la Castellana” y fuimos madrileños por un momento, y luego porteños, y luego llegó el swing
y el código del Rock’n’Roll más “stoniano” no abandonó la sala en ningún momento. Un código que Ariel ha hecho una marca de la casa
y ya robó el corazón rockero a los españoles en
Los Rodríguez o
Tequila.
Casi nada. Con este palmarés único, lejos de sentarse a verlas caer, Ariel ha elaborado una carrera en solitario impecable. El saco
de canciones que carga a su espalda resiste modas y tendencias de mercado, y el brillo de lo artesanal cubre tanto los temas como
su ejecución. Fuimos testigos y cómplices durante la hora y cuarenta minutos de concierto.
En unos tiempos en que el Rock está ahogado por la mediocridad (“Lo siento, Frank…”), asistir a un concierto de Rot nos devuelve a
sus mejores tiempos, a las canciones tratadas como singles, a los vinilos, a la antigua ceremonia del artista entregado a su público
y, sobre todo, a su oficio. Que no pare la música. Let’s Rot!!!
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